El Día Internacional de las Mujeres Rurales, que la ONU ha fijado para el 15 de octubre de cada año, pretende reconocer el imprescindible papel que estas mujeres juegan en la agricultura, la ganadería, el emprendimiento y en la fijación de la población al medio. Coincidiendo con esa fecha el Cabildo de Gran Canaria, con la participación de las áreas de Igualdad y Soberanía Alimentaria fundamentalmente, organizó distintas actividades con la pretensión de visibilizar el papel de la mujer en nuestras zonas del interior de Gran Canaria.
En el marco de esa conmemoración y en colaboración con la Asociación de Desarrollo Rural de Gran Canaria (Aider), el pasado día 17 de octubre el Patio del Cabildo acogió un acto de reconocimiento y de agradecimiento al trabajo educativo y social que han realizado las maestras y los maestros de las escuelas rurales de Gran Canaria durante décadas y que ha sido muchas veces ignorado o silenciado.
Las escuelas rurales han conservado nuestros campos tanto como la lluvia, con la particularidad de que en ocasiones el agua nos faltaba y las maestras y maestros, siempre estaban allí a lomos de mula, a caballo cuando podían o andando largos kilómetros hasta acceder a los rincones más alejados de esta hermosa isla que abunda en barrancos, lomas y laderas. Son cientos los relatos que nos hablan de las peripecias para mantener abiertas las escuelas, a principios del siglo XX, en todos los rincones de la isla, superando las inclemencias del tiempo o la orografía del terreno. Han sido y siguen siendo espacios de formación democrática, de liberalización de la mujer, agentes de cambio y transformación. Pienso ahora, por ejemplo, en las escuelas del Toscón de Tejeda o del Hornillo en Agaete. Significó una proeza abrirlas y mantenerlas abiertas durante décadas. No hubo institución que llegara a tantos sitios como la escuela, afortunadamente.
Las escuelas que nacieron en el frío de la montaña, como titula bien Pedro Socorro, supieron y saben calentar los sentimientos, las mentes, las habilidades de chiquillas y chiquillos capaces de grandes metas, porque se han educado en la austeridad, en el trabajo y en el amor a su tierra.
Las escuelas rurales han permitido, durante decenios, que las familias pudieran permanecer junto a los cultivos, cerca de los frutales o cuidando el ganado porque sus hijos tenían un lugar donde recibir, por lo menos, las primeras reglas y las primeras letras. Las escuelas rurales se han pegado al terreno tanto que han formado parte de la cultura popular y nos han permitido conservar y transmitir tradiciones y conocimientos mantenidos durante siglos. Han jugado un auténtico papel compensador. Las mujeres y hombres del campo tienen una cultura arraigada, conocen como nadie los enigmas de la naturaleza, los secretos del clima, los rincones de la geografía, los dichos y sentencias de los mayores, las tonadas y estribillos que alegran las fiestas. Pero todos estos conocimientos no tenían, ni tienen reconocimiento oficial aunque constituyan auténticas enciclopedias.
Para facilitar a sus hijos y a sus hijas esas credenciales surgió una escuela que pretendió acercar a toda esa juventud las oportunidades que desde finales del siglo XIX disfrutaban las clases urbanas adineradas. Los relatos agradecidos de profesionales, de técnicos, de empresarios, de artistas que le deben a esas escuelas el éxito en sus vidas y la promoción personal, son incontables. Porque tenemos que destacar, como siempre que hablamos de igualdad, que esta institución es y fue siempre pública. Para reducir desigualdades, para erradicar la pobreza, para fomentar la cultura gratuita siempre es necesaria la iniciativa pública. Por eso, nos entristece cuando se cuestiona lo público o se reparan gastos en beneficio de la mayoría, desde una visión economicista que olvida la justicia social.
Las escuelas rurales han sido y son fuente de desarrollo rural. Sin escuelas, nuestros campos se despueblan, se empobrecen. No nos lamentamos lo suficiente cada vez que se cierra una escuela rural. He repasado con dolor la lista de escuelas homenajeadas, dentro de los Colectivos de Escuela Rurales, y cuando aparece la señal de cerrada, la desazón es enorme. Cuánto me gustaría que el programa del Cabildo de Gran Canaria de recuperación del sector primario, de apoyo a la ganadería y el medio rural revitalizara nuestros campos y se reabrieran esos centros que forman parte de la historia cultural de esta isla.
Y sosteniendo estas escuelas siempre han estado las maestras rurales, las maestras de escuelas unitarias. Han creado un estilo, una forma singular de tratar con su alumnado, con las familias, con el medio natural que rodeaba las escuelas. Han sabido incorporar al proceso de enseñanza todos los contenidos que las familias, el trabajo rural y la propia naturaleza proporcionaban. Han hecho de la educación un proceso tan natural que se fundía con las estaciones, con los tiempos de siembra, de siega o de recogida, con los colores de una flora fantástica como la nuestra y con la música de una fauna que anticipaba las notas del pentagrama.
Estas maestras se identificaron con el medio humano y natural y consiguieron unir voluntades y edades. Allí convivían y cooperaban el galletón de trece años con la niña de seis que al principio parecía asustada pero que pronto comprobaba que la escuela era una continuación de la era, del parral de su casa o de la fuente a la que concurría. Parte del progreso de Gran Canaria se debe a esta sabiduría, a esta entrega, a esta vocación que ahora nos sentimos honrados de reconocer públicamente.
Gabriela Mistral les dedicó un poema muy duro pero entrañable que nos habla de que la Maestra era pura, (“los suaves hortelanos(…) han de conservar puros los ojos y las manos”), que era pobre, (“Su reino no es humano), que era alegre (“¡pobre mujer herida!/su sonrisa fue un modo de llorar con bondad./ Por sobre la sandalia rota y enrojecida,/tal sonrisa, la insigne flor de su santidad/). Que fue muchas veces incomprendida (“Oh, labriego (pasaste sin besar su corazón en flor” (…) “Campesina… Cien veces la miraste, ninguna vez la viste/ ¡ y en el solar de tu hijo, de ella hay más que de ti!”).
El trabajo de las escuelas rurales hoy agrupadas en los Colectivos de Escuelas Rurales, supone un acto de creación cultural de primer nivel. Han creado y están creando contenidos, materiales, recursos didácticos. Pero también han editado experiencias, estrategias de conocimiento del medio, de rescate de tradiciones orales, de folklore y juegos populares. Convendría que recopiláramos toda esa riqueza para testimonio de la mejor cultura educativa canaria. El Cabildo de Gran Canaria está dispuesto a colaborar para la pervivencia de toda esa riqueza cultural.
Seis Colectivos de Escuelas Rurales asumen hoy la representación de todas las que han luchado a lo largo de la historia por estas escuelas y por tanta gente del mundo rural grancanario. Los Colectivos de Santa Brígida – Vega de San Mateo, Firgas – Artenara, Gáldar – Guía y Agaete, Ingenio – Agüimes, Telde -Valsequillo, Moya y San Bartolomé de Tirajana, mantienen viva la llama de la escuela pública de los pagos rurales de Gran Canaria.
Estos homenajes miran con gratitud al pasado, pero deben también transmitir un mensaje de esperanza y de futuro. El progreso de Gran Canaria tiene que contar con el mundo rural. No podemos entendernos sin la identificación con nuestro paisaje. Así lo han escrito y dibujado nuestros grandes artistas como Pedro García Cabrera, Antonio Padrón, Tomás Morales o Felo Monzón.
Y así lo pensamos quienes creemos que el futuro de Gran Canaria tiene que ser sostenible o no será. Y ese futuro verde, con una economía respetuosa con nuestras producciones y una atmósfera limpia para disfrutar de la naturaleza que nos acoge, tiene que recuperar, potenciar, conservar nuestro mundo rural. En diálogo con otras zonas de progreso, pero afianzando las raíces que nos han hecho como somos.
Las maestras rurales presentes ese día en el Cabildo y las miles que las han precedido, han hecho grande esta tierra. No podemos dejar de reconocerlo y publicarlo para conservar sus enseñanzas.
Antonio Morales Méndez
Presidente del Cabildo de Gran Canaria