Recientemente se ha cumplido el sexto aniversario del 15-M. En aquellos días de mayo de 2011 se percibía un entusiasmo contagioso que presentía la posibilidad de que sucediera algo que pudiera cambiar esta sociedad. En el fondo, algunos soñaban con determinados cambios que mejorarían la vida de la gente.
Lo que se pedía, y con mucha razón, era una serie de medidas que saneasen el sistema político percibido como ineficaz y corrompido. Grosso modo se demandaba una regeneración política, el poner freno a la corrupción, una mayor democracia interna en los partidos, una política económica que apoyase a los jóvenes que se habían quedado excluidos del sistema laboral, una audaz política de viviendas públicas que evitase los desahucios y los elevados alquileres, etc.
Sin embargo, la prueba más triste del fracaso del 15-M la tenemos en que, seis años después, un partido como el PP sigue siendo, a día de hoy, el partido más votado, a pesar de su notable inmersión en las sucias y nauseabundas aguas de la corrupción.
Poco después de esa explosión social, mediante coordinadoras y mareas diversas, cristalizaría lo que se denominó entonces el nacimiento de partidos emergentes.
Pero con anterioridad, los partidos socialdemócratas en Europa no supieron ver la llegada de la crisis económica y, cuando la admitieron, no supieron solucionarla. La estabilidad y el crecimiento económico de los años previos a la crisis, consiguió que el socialismo bajara la guardia, perdiera la perspectiva y se dejara deslumbrar por los poderes económicos, hasta confundirse y convertirse en sus servidores en la loca carrera del dinero fácil; lo que le llevó a caer en manos de sus adversarios políticos naturales.
Otro error de la socialdemocracia fue cargar sobre la ciudadanía el peso de la recuperación económica, siguiendo los consejos de los que habían provocado la crisis, quienes finalmente se fueron de rositas. Los ciudadanos, primero los más pobres y después los trabajadores y las clases medias, soportaron el peso de la crisis con sus propios recursos y perdieron su posición en el sistema, mientras las clases más pudientes reforzaron la suya.
Por ello, la pérdida de confianza de la ciudadanía en el sistema se concretó en el 15-M de 2011. Posteriormente, los populismos europeos de derechas y de izquierdas recogerían los frutos de los grandes errores de la socialdemocracia.
Y ahí estuvo Zapatero en su segunda legislatura para aplicar esas políticas neoliberales. Y pronto apareció Podemos para erigirse en defensor de los empobrecidos, abandonados por los socialistas. Es entonces cuando surgió la pugna interna en el socialismo español: moverse hacia la derecha y seguir colaborando con el PP o moverse hacia la izquierda y tender puentes con Podemos.
La trayectoria tradicional bipartidista del PSOE indicaba que el camino a seguir no podía ser otro que mantener la colaboración con la derecha, cerrando los ojos al cambio producido en los últimos años en la sociedad como consecuencia de la grave crisis económica. Y los referentes intocables del socialismo (Felipe González, Guerra, Rubalcaba, Zapatero, Bono), así como la inmensa mayoría de los barones (García-Page, Fernández Vara, Javier Lambán, Ximo Puig, Javier Fernández, Carmona, Hernando, López Aguilar, etc.) y el alargado aparato del partido, optaron por esta vía y terminaron defenestrando a su secretario general el 1 de octubre de 2016.
Pero el pasado 21 de mayo, buena parte de la militancia, sufridora directa de la crisis, alejada de los oropeles del poder y más representativa de la realidad social del país, rechazó las políticas de acuerdos con la derecha y eligió a Pedro Sánchez como secretario general, apoyando, así, un cambio de estrategia que, seguramente, llevará consigo una reestructuración interna del propio partido socialista y de su programa y objetivos políticos.
Así las cosas, no debe resultar aventurado afirmar que podría regresar al PSOE un importante número de votantes socialistas que optaron por apoyar a Podemos en las últimas convocatorias electorales. Si eso ocurre, le creará un problema a Podemos, ya que a la pérdida de apoyos por sus disensiones internas y desgaste político en las instituciones, se añadiría la pérdida de este apoyo de votantes socialistas decepcionados.
De esta manera, Pedro Sánchez y el PSOE podrían protagonizar un verdadero liderazgo en la izquierda en este país, aumentando así las posibilidades de un gobierno progresista, ya que un gobierno presidido por el PSOE resultaría más digerible para los poderes fácticos, que si lo presidiera alguien de Podemos.
Por otra parte, no podemos olvidar que Sánchez en su larga trayectoria pública, ha sido un político moderado, oscuro, integrado en el sistema y que nunca ha abanderado ningún tipo de proyecto. Incluso, siendo diputado en el Congreso, apoyó la reforma exprés del artículo 135 de la Constitución.
Sin embargo, para sobrevivir políticamente en su primera etapa como secretario general, tuvo que negarse a cualquier lógica de “gran coalición” con el PP y comprendió que se jugaba su futuro en la disputa con Podemos por el liderazgo de la izquierda.
Tras su dimisión-defenestración como secretario general, se vio obligado a plantear un proyecto regenerador, izquierdista y democrático para marcar las diferencias con Susana Díaz. De esta manera, construyó un discurso coherente en su intento de recuperar la secretaría general y decidió liderar el malestar de las bases del partido, proponiendo un proyecto de regeneración frente a la mediocridad del aparato que avergonzaba a muchos militantes.
A pesar de todo, el Pedro Sánchez ahora victorioso tiene que actuar con cautela y mantener la coherencia en su inmediato andar como líder del PSOE, ya que debe ser consciente de que es prisionero de su propio proyecto y de las esperanzas y expectativas que ha generado. Tampoco puede obviar el líder socialista que se ha convertido en una pieza molesta para el actual “statu quo” del sistema político, incluso dentro de su propio partido.
Además, su actual posición constituye una amenaza para Podemos, que puede verse arrinconado por Sánchez. Esto podría suceder si éste fuera capaz de combinar una imagen de solvencia, renovación y cambio creíble; pero sin las aventuras y riesgos que una parte del electorado percibe en los podemitas.
Finalmente, uno coincide con Josep María Antentas, profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, cuando dice que “la victoria de Sánchez es un revés para el bloque mediático y financiero que el año pasado decretó su cese y que ahora se encuentra en el dilema de hacerle de nuevo la vida imposible o intentar llegar a una entente con él”. Y continúa, “la política está llena de paradojas: quienes orquestaron una campaña contra Sánchez han propiciado su regreso ocho meses después”.
Y uno se pregunta, ¿podría interpretarse la elección de Pedro Sánchez como la llegada, por fin, al PSOE del 15-M?
Fernando Romero
Miembro de la Mesa de RA