Un nacionalismo de transformación o de retroceso

No es inusual la utilización de palabras nobles para encubrir y blanquear intereses y estrategias que al descubierto darían grima. Así ocurre con la palabra libertad o con la reclamación de los derechos humanos por quienes los pisotean sin escrúpulo. En este archipiélago se manosea y abusa del término nacionalismo, también muchas veces y con fines bien distintos. Y se está haciendo en los últimos tiempos.

Creo en un nacionalismo que se compromete con la defensa de los intereses de nuestra gente, sobre todo de quienes tienen menos oportunidades para desarrollarse plenamente. El nacionalismo que defiendo ama y se identifica con la cultura que nos hace más libres y más creativos. Apuesto por un nacionalismo integrador que proteja la tierra que nos vio nacer como la forma coherente de respetar y preservar el planeta que hemos heredado. Ser nacionalista es luchar sin desmayo por agrandar todos los espacios de libertad frente a quienes dentro o fuera de nuestras islas nos quieren sumisos y dependientes.

En este sentido no he cambiado de parecer en las últimas décadas. En cambio, en los últimos días hemos asistido a un proceso repentino de conversión por el que los mismos que atacaban nuestras posiciones de defensa de Gran Canaria y de la dignidad de Canarias, han buscado ahora alianzas urgentes para esconder su profundo fracaso. En los últimos cuatro años hemos soportado un ataque brutal de grupos mediáticos y económicos, alentado con dinero público, que intentaba impedir el crecimiento desde el Cabildo de Gran Canaria de una opción de nacionalismo de izquierdas, integrador, no excluyente, defensor de las singularidades de Gran Canaria y de su papel de dinamizador social y económico de Canarias. Se hacía sin ningún tipo de pudor desde el anterior Gobierno de Canarias y lo dirigían los que ahora se autoproclaman nacionalistas de ATI.

Utilizar el nacionalismo para tapar esas vergüenzas es algo que no debemos consentir porque esos sentimientos y esas convicciones son muy importantes para pisotearlas por desesperación electoral. Los principios auténticos buscan coherencia entre declaraciones y práctica y lo que hemos padecido durante los últimos cuatro años desde el gobieno de Fernando Clavijo es inaceptable.

En los últimos días ha irrumpido en los medios de comunicación un coro de notarios del nacionalismo, que me ve como enemigo de una reagrupación, pretendidamente nacionalista de futuro, sustentada en una experiencia interclasista estrepitosamente fracasada. Esos opinadores han descubierto, de repente, que el futuro de esta tierra pasa por devolver a las instituciones canarias un modelo agotado, fracasado, ruinoso en lo social y en lo económico, a la vez que desastroso en lo medioambiental. La cumbre de El Hierro iba contar hasta con José Carlos Mauricio como inspirador. No puede valer todo. Y esto se expresa sin la menor autocrítica de los graves destrozos y fracasos que nos ha dejado el paso de CC-ATI por el Gobierno de Canarias en los últimos años. Están tan desesperados que pretenden ocultar los argumentos y las discrepancias reduciéndolas a descalificaciones personales. La exconsejera de hacienda del Gobierno de Canarias, Rosa Dávila, incluso llegó a menospreciar a mi localidad natal, de la que fui alcalde 28 años, asegurando en una radio que yo no era nacionalista sino “un señor de Agüimes”.

El nacionalismo es necesario en Canarias por nuestra historia de colonialismo, dependencia, pobreza, explotación y olvido. Pero el nacionalismo que necesitamos, como pueblo humilde y resistente, debe tener como objetivo prioritario la mejora de vida de la mayoría social de las islas. Se trata de hacernos cargo de nosotros mismos para construir un futuro de progreso con un proyecto soberanista y autocentrado. Por eso, el nacionalismo que defiendo, el que necesitamos, es un nacionalismo de izquierdas con un proyecto de cambio económico, social y ecológico y no un nacionalismo de retroceso y de corrupción.

Es evidente que existen movimientos desde los llamados “poderes fácticos” que pretenden cerrar el ciclo de cambio con una restauración del bipartidismo. La llamada “gran coalición” entre el Partido Popular y el PSOE sería un enorme fraude al electorado y tendría como objetivo arrinconar a las izquierdas y a los nacionalismos. Ofrecería una salida conservadora y recentralizada a las tres crisis (socioeconómica, política y territorial) en las que está sumida España desde hace al menos un lustro, aunque hayan sido incubadas en las últimas décadas.

La sentencia del “procés” puede agravar la crisis territorial, dinamitar las opciones de acuerdo con los nacionalistas catalanes e incluso con los vascos si se recurre a la aplicación del artículo 155 y la suspensión de la autonomía de Cataluña. Sería catastrófico para Canarias que estuviera protagonizada por el PSOE y el PP una legislatura en la que hay que aprobar el nuevo modelo de financiación autonómica, buscar soluciones a la cuestión catalana (que en realidad no es el problema catalán, sino el secular problema territorial de España, pese a que la derecha se niegue a reconocerlo) y afrontar quizás una nueva recesión económica. Canarias también se encuentra en un momento crucial.

El nuevo gobierno progresista de Canarias está desarrollando, pese a las dificultades heredadas del gobierno de CC, su agenda social para superar una década de atraso en sanidad, dependencia, vivienda, igualdad o educación. También debe afrontar un cambio en la manera en la que se han gobernado estas islas en los últimos años, siendo capaz de dar respuesta a reivindicaciones sociales largo tiempo postergadas y democratizando la gestión de los asuntos estratégicos.

En este escenario el nacionalismo canario debe ser no solo defensor de un modelo federal de autogobierno y de resistencia frente a las tentaciones recentralizadoras. Debe también proteger y ampliar el estado del bienestar y los derechos laborales y sociales. Tiene que apoyar la derogación de la reforma laboral, porque nuestros trabajadores son de los que más sufren la precariedad en España. Tiene que exigir la dotación económica del pacto de Estado contra la violencia machista, ya que en 2019 llevamos 7 mujeres asesinadas en nuestras islas. Es necesario que se implemente una estrategia de lucha y adaptación al cambio climático, un nuevo pacto verde basado en la idea de ecoislas y ecoarchipiélago, dado que podemos ser uno de los territorios más afectados del mundo. Es preciso que recuperemos los servicios públicos interesadamente deteriorados, como lo es que defendamos la autonomía y la capacidad de las instituciones públicas, el municipalismo y los cabildos como gobiernos de cercanía y proximidad.

En definitiva, pese a que los nacionalistas llevamos muchos años luchando por mayores cuotas de autogobierno y autofinanciación, lo cierto es que formamos parte de un Estado descentralizado en competencias (gasto) pero muy centralizado en recaudación. Esto supone un factor limitante para el pleno desarrollo del autogobierno, ya que dependemos de la financiación estatal para poder desarrollarlo. Eso necesariamente nos obliga a apoyar gobiernos progresistas en el Estado comprometidos no solo con una asignación de fondos justa para Canarias sino también con la descentralización y la profundización del estado autonómico.

Sería por lo tanto nefasto para los intereses de Canarias que en una encrucijada en la que existe el serio riesgo de un repliegue conservador y de la restauración del bipartidismo, la respuesta del nacionalismo en Canarias sea retrotraerse quince años a un modelo fracasado y recomponerse también en clave conservadora, pensando exclusivamente en el pragmatismo institucional.

La sociedad canaria, al igual que la española en su conjunto, ha experimentado grandes cambios en la última década que se han reflejado en el sistema de partidos, en el comportamiento electoral, en la forma de relacionarse con la política. Tenemos una ciudadanía cada vez más crítica que exige mayores cotas de honestidad, coherencia, transparencia y participación tanto en la política como en la gestión pública. En los últimos años hemos asistido a la emergencia del movimiento feminista y de las reivindicaciones a favor de los poderes públicos para combatir la crisis climática, en ambos casos con una fortísima presencia de las nuevas generaciones que comienzan su proceso de politización con estas cuestiones.

El nacionalismo canario debe ser progresista y también debe mirar al futuro, tener capacidad para abrirse a la sociedad, ser permeable a las demandas de los movimientos sociales y ser capaz de acoger las sensibilidades de las nuevas generaciones. Además de liderar las cuestiones que han caracterizado a este movimiento político con amplio arraigo en el archipiélago (defensa del autogobierno y las singularidades de Canarias) tenemos que ser capaces de renovar el discurso e integrar las reivindicaciones de mayor equidad social, de la dependencia y los cuidados, de la igualdad entre hombres y mujeres y de la emergencia climática. Y en esto, sin duda cabe mucha gente progresista.

Creo que, en medio de la incertidumbre política en la que vivimos, si somos capaces de articular nuestra propuesta desde la coherencia y la ejemplaridad que nos proporciona la experiencia en un gran número de gobiernos municipales, insulares así como del autonómico, vamos a ser capaces de conectar con el sentir de una gran parte de la sociedad y convertirnos en la referencia de un gran número de canarias y canarios progresistas que aman su tierra.

Y este horizonte es el que nos alumbra Taburiente cuando canta “Unirnos todos al futuro para que juntos seamos libres, y en los lugares donde hay sed reverdecer y darte el trigo, y en los caminos que forjamos ver crecer a nuestros hijos”. Esa ilusión es la que alienta el corazón del pueblo canario.

Antonio Morales Méndez

Presidente del Cabildo de Gran Canaria

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