¿Dónde están los colectivos y las organizaciones progresistas?

Como ha ocurrido históricamente, aprovechando la fragmentación territorial de la izquierda, ahora la derecha del PP-C´s avanza hacia la mayoría absoluta. La propia desunión de las fuerzas progresistas es la responsable de la actual involución política. Podría ser cualquier otra cuestión, pero esta vez el problema catalán es el pretexto que ha envenenado los sueños progresistas de la sociedad española.

Como ha escrito el periodista Fernando López Agudín, “Es evidente que el PSOE no se atreve a enfrentarse a la España oficial y Podemos no puede hacerlo en solitario. Los socialistas han tenido y tienen al alcance de su mano encabezar la reacción progresista de toda la España real frente a la involución de la España oficial. Para eso, las bases socialistas colocaron en Ferraz al anteriormente defenestrado Sánchez”.

El concepto tradicional y centralista de la unidad de España que sostiene la derecha (y que se opone al de la plurinacionalidad real del país), sólo pretende impedir el cambio en la sociedad española.

No nos engañemos, a las multinacionales, a las grandes empresas (catalanas o no) y a los habituales paraísos fiscales no les inquieta ni preocupa la configuración territorial de España. Sin embargo, sí les preocupa y mucho la perspectiva de una alternativa socioeconómica que sustituya al gobierno de sus intereses por un gobierno de los intereses de la mayoría de los españoles. Su patrioterismo, aunque envuelto en la bandera patria, no va más allá de sus bolsillos.

La triple crisis social, territorial y política está estrechamente ligada entre sí. Actualmente se incide sobremanera en el problema territorial para intentar evitar que estalle la crisis social.

Si entre todas las fuerzas progresistas no se logra salir de este atolladero nacional en el que la derecha ha conseguido encerrar a la izquierda, la sociedad estará condenada a sufrir un 155 social (como el territorial que ahora se aplica en Cataluña). Por ello, es obvia la necesidad que hay de disponer de una clara estrategia política que desemboque en una alternativa progresista para iniciar el camino de la resolución, tanto de la cuestión social como de la territorial.

Y mientras tanto ¿qué ocurre? La desigualdad, la precariedad, los salarios bajos, el paro o la pobreza no ocupan las cabeceras de los medios de comunicación ni forman parte de la agenda política. Todo se justifica con la aplicación del 155 y las inminentes elecciones catalanas del 21-D. Y si a eso añadimos el tradicional consumismo navideño, ¡Santas Pascuas!

No escuchamos nada de interés. Nos están dando permanentemente con la puerta en las narices y no reaccionamos. Al contrario, aplaudimos con las orejas al gobierno que nos ningunea sistemáticamente. Por tanto, “de lo nuestro” no hay nada todavía y tenemos que tener mucha paciencia. Aún más, el FMI asegura que las pensiones en España son altas. Está claro que para el FMI todo está por las nubes menos los salarios de sus dirigentes.

Por otra parte, como ha escrito Lucía Márquez, “no es que la miseria se haya convertido en algo deseable o ilusionante (todavía), pero el concepto de trabajador pobre ya no se contempla como un drama inaudito. La precariedad se ha normalizado hasta extremos impensables hace unos años”.

Por ejemplo, las denuncias de corrupción ya aburren, el ideario de la extrema derecha empieza a calar de manera preocupante entre personas de bien y defensores del sentido común. Y la perspectiva de una vida de precariedad e incertidumbre se percibe como algo inevitable y como signo de los tiempos en que vivimos, y no como una desgracia producto del abuso y de las injusticias del sistema.

Mientras tanto la brecha entre ricos y pobres es cada vez mayor, pero seguimos sin rasgarnos las vestiduras y sin reclamar nada. Nada de nada. Como si la cosa no fuera con nosotros.

Sin embargo, la Comisión Europea señala a España como el país de mayor índice de desigualdad económica de la UE (junto a Bulgaria, Grecia y Lituania). A pesar de ello, no vemos, ni oímos, ni hemos leído nada sobre la existencia de alguna ola de indignación en las calles. Tampoco hemos visto ni oído nada sobre pancartas ni banderas reivindicativas contra el desempleo, la pobreza y la desigualdad en las ventanas y balcones de los pueblos y ciudades de este país.

Es evidente que la precariedad se ha normalizado. No la deseamos, pero tampoco la combatimos. Simplemente está ahí. Y por lo que se puede observar, nadie hace nada, excepto resignarse y amoldar la vida a sus exigencias.

Además, en reuniones y tertulias escuchamos con cierta frecuencia y con resignación, sin ningún atisbo de rebeldía, que tener un trabajo y un sueldo digno sigue siendo una bendición, un privilegio al alcance de unos pocos afortunados. Sin embargo, a pesar de que nos dicen que la crisis ya pasó, la mejora sigue sin notarse en las calles, donde ya se ha asumido la desigualdad y la pobreza como una rutina más.

Por todo ello, uno coincide tristemente con el filósofo Jordi Pigem cuando manifiesta que “los poderes confían en que no habrá reacción y a lo mejor no es miopía de los poderes”. Y continúa: “En un mundo al borde del colapso, es curioso que cada vez haya más entretenimiento para que nos olvidemos de pensar, para que ocultemos las cabezas como avestruces”.

Y termina cuestionándose, “¿por qué no nos dedicamos ya a desarrollarnos en vez de a arrollarnos?”. Pues eso, ya va siendo hora de organizarse para empezar la tarea.

Por cierto, ante tanta resignación de la ciudadanía dispuesta a asumir abusos de todo tipo, uno se pregunta: ¿dónde están los colectivos sociales y las organizaciones progresistas?

Fernando T. Romero Romero

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